Ni mérito, ni solidaridad, ni futuro: os dieron un master y se quedaron con los piso

 



 Hoy traigo este blog un valiente y sincero artículo de Jorge Galindo publicado en su blog de Substack, que todo aquel que esté por debajo de los 50 años debería de leer, para no hacerse ilusiones sobre el futuro que nos espera y así poder prepararnos para otro que no será tan benevolente ni con tanto bienestar como nos imaginamos hoy. El artículo esta íntegramente reproducido y os aseguro que merece la pena leerlo detenidamente, tomando notas incluso. Ahí va.


Os prometieron que esfuerzo y solidaridad tendrían recompensa. No la hay. Y las ideologías dominantes gestionan la escasez, no desbloquean oportunidades.

 

[Me vais a permitir ir más a saco. Por una vez, ¿vale? Vamos allá.]

Toma, aquí tienes esta herramienta: haz algo con ella. Sácale partido, y asegúrate de que ese partido que le sacas redunda en mí, que te estoy financiando esta herramienta, eh.”

Eso os dicen desde la generación anterior, más o menos. La herramienta es, no sé… un grado universitario. Un máster. Saber inglés. Un curso de especialización. Un contacto. Unas prácticas mal pagadas.

Cogéis las herramientas y salís al mundo. Pero todas las puertas están cerradas. Y las pocas que se abren exigen lo que no tenéis, ofrecen lo que no basta (como un sueldo tan bajo que no cubre el alquiler de ningún sitio desde el que puedas llegar al trabajo), o las dos cosas. Lo que os han dado no sirve para abrirlas.

[Yo me fui en 2011. Con una beca. Europea, no española. En 2013, cuando acabé, no había país al que volver. Así que no volví.]

Al año o dos o tres o cinco o diez se acercan a vosotros: “oye, pero por qué no has hecho nada con esa herramienta que te he dado. Dónde está tu carrera. Dónde están tus pisos. Dónde están tus hijos. Si es la mejor herramienta que tenemos. Yo no tuve herramientas como las tuyas, eh. Qué más hubiese querido yo. De verdad, ¿no puedes hacer nada mejor con ella?”

[Me ha pasado en encuentros y cenas casuales, en serio. De personas a las que adoro. Te habrá pasado. Os habrá pasado. Yo tardé una década en poder responder que aquí estaba lo logrado. El tiempo entre tener que irme de España a buscarme la vida y poder volver con ella encarrilada.]

¿Cómo les explicáis que disponer de una herramienta no equivale a tener la oportunidad de usarla?

Lo intentáis igualmente. Que no veis por dónde empezar ni cómo avanzar. Que os dieron un grado y se quedaron con los pisos.

¿Y qué recibís, el silencio?

No, algo peor: el reproche.

Mérito y solidaridad a cambio de nada no es un pacto

El reproche viene en dos versiones.

Está la versión que exige mérito. No le estáos poniendo el suficiente empeño. No habéis buscado suficientes estudios avanzados complementarios, suficientes trabajos, suficientes viviendas en suficientes ciudades. No os habéis lanzado lo suficiente ahí afuera. No sois lo bastante flexible. Queréis demasiado. Aspiráis a demasiado. A un sector muy concreto. A quedaros en (o llegar a) un barrio muy específico. A un puesto demasiado cómodo. Pero eh: si le ponéis las suficientes ganas, si no dejáis de insistir, al final el esfuerzo se verá recompensado.



El problema es que tarda tanto que empezáis a dudar. Y veis a tantísima gente de vuestra edad o algo más joven que lleva años con la misma paciencia, la misma dedicación, el mismo empeño, y a la que tampoco le ha llegado recompensa alguna. Y si la recompensa no llega, la lógica del mérito deja de funcionar. Ya da igual lo que prometan. Como no resulta creíble, el esfuerzo empieza a parecer inútil. Y se rompe el círculo virtuoso. En su lugar entra el vicioso: menos esfuerzo porque la recompensa esperada es ninguna, así que los que defienden que no te esfuerzas lo suficiente ya tienen su prueba.

[La elección predilecta de mucha gente de mi promoción a los 30yalgo después de años de emigraciones fragmentadas, contratos temporales, masters acumulados: sacarse una oposición.]

Llegados a este punto, la lógica del mérito ya no convence. Y entonces queda pedir lo que corresponde, ¿no? Oye, aquí hay gente a la que le ha ido bien (muchos tienen más años que tú, además). ¿Dónde está lo vuestro? ¿Por qué tienen ellos y vosotros no podéis acceder a ninguna? ¿Por qué el gasto público se concentra en ellos mientras aquí la nueva gente cotiza sin expectativa real de recibir lo mismo?

Y como respuesta a esto os llega la exigencia de solidaridad. Que ellos ya trabajaron lo suficiente en la vida empezando de la nada para al menos tener algo (una vivienda o dos y una pensión algo por encima del salario medio de su país). Ahora es vuestro turno de trabajar para que ellos vivan tranquilos. Que además deberíais estar agradecidos, porque heredasteis un país con más servicios, más derechos, más infraestructuras. Que lo que tenéis se lo debéis a los que vinieron antes. Y que si no seguís pagando por ello, desaparecerá.



Pero aquí está el problema: ¿cómo vais a ser solidarios con un sistema que no os da ninguna razón para creer que vais a recibir algo a cambio? Si lo que era para ti ya os da la impresión de que ha desaparecido.

Las dos exigencias —mérito y solidaridad— asumen lo mismo: que hay algo esperando al otro lado. Que el esfuerzo lleva a algún sitio. Que la contribución se devuelve de una forma u otra, que os la devuelve el mercado o el Estado. Lo propio de un pacto, vamos. Pero eso es exactamente lo que falta. Recordemos: entre 2008 y 2024 la única franja de edad cuya renta ha crecido de verdad en las últimas dos décadas es la de los mayores de 65.



Las pensiones suben con el IPC, y suben igual las mínimas que las máximas. Dentro simulación para la gran revalorización de 2023.



La riqueza de dos generaciones se ha desplomado respecto a sus equivalentes anteriores.



Esencialmente por la imposibilidad de acceder a una vivienda.



El gasto público se ha ido desplazando hacia quien ya tiene, mientras la inversión en lo que podría desbloquear oportunidades —vivienda, energía, transporte, investigación— cae o se estanca.

Lo que no parecen entender los del reproche es que yo creo que la mayoría de gente entre 18 y 40 años quiere creer en el esfuerzo. Que tiene sentido, que la dedicación se traduce en algo. Y creo también que quieren ser solidarios. Quieren contribuir a un sistema que cuide de los que lo necesitan, incluidos los que vinieron antes. La gente no ha dejado de creer en el esfuerzo. No ha dejado de querer contribuir. Ha dejado de ver para qué van a hacerlo. Y lo que necesitan es que en esa contribución haya una posibilidad de aportar más, y de recibir más: que haya oportunidad.

Sin oportunidad, el mérito se parece a una estafa. Os dicen que si os esforzáis lo suficiente llegaréis, pero no hay adónde llegar. El esfuerzo se disuelve en un mercado que no tiene sitio para ti.

Sin oportunidad, la solidaridad se siente como un saqueo. Os dicen que contribuyáis al bienestar del que otros se benefician más con la promesa de que luego os tocará, pero no hay ninguna razón para creer que esa promesa se va a cumplir. La solidaridad sin reciprocidad síncrona y creíble… no es solidaridad.

Ya no hay pacto.

Las ideologías de la escasez

La escasez de oportunidades no solo es el punto de partida: es una elección política que hemos hecho y seguimos haciendo.

La hace el vecino propietario que prefiere beneficios a viviendas. Cuando se movilizó contra el edificio nuevo en el barrio, no pensaba en su hijo buscando piso. Pero su voto cuenta igual. La hace el pensionista de la máxima que exige su subida con el IPC mientras los salarios se estancan. Su pensión sube cada año; el sueldo de su hija, no. ¿Quién cree que paga la diferencia? La hacen los partidos tradicionales que prefieren repartir bonos o descuentos al IRPF antes que movilizar suelo de verdad, porque el primero da titular apetecible y el segundo da conflicto con los vecinos. Un bono de alquiler sin oferta sube los precios, pero temen que liberar suelo para vivienda pueda restarles votos a nivel local. Así que eligen el bono. Cada vez. La hace, pues, una coalición implícita, amplia aunque poco articulada, de gente que ya tiene —casa, pensión, estabilidad— y que vota, con niveles variables de consciencia sobre su posición, pero para conservar lo suyo. No hace falta ser consciente para formar parte de una coalición. Basta con votar. Y unos políticos que responden a ello. No por maldad. A veces por interés. Casi siempre por sesgo: lo que les ha funcionado a ellos, ¿no les debería funcionar a los siguientes?

Pero el asunto es que no lo está haciendo. Y con oportunidades bloqueadas y una política incapaz de desbloquearlas ganan las ideologías de suma cero. Si la tarta no crece, cada porción que se lleva otro es una que no te toca a ti. El éxito ajeno se convierte en tu fracaso. En ese terreno solo crecen dos cosas. Vienen de lados opuestos, pero comparten el mismo suelo: la certeza de que no hay más.

Una dice: cerremos. Que no entren más. Que lo nuestro es nuestro. Que la frontera protege. Es la derecha de la escasez.



En la campaña de las recientes elecciones extremeñas Vox ha propuesto prohibir el arrendamiento a inmigrantes y establecer “prioridad nacional” basada en años de arraigo familiar. Suena a liberación, pero no libera nada: solo decide quién se queda fuera del reparto, y lo hace con un criterio xenófobo. La tarta sigue igual de pequeña. En Italia, Meloni lleva años con el “prima gli italiani” y los tribunales anulan sus medidas una tras otra por discriminatorias — mientras el país tiene un ritmo de construcción de vivienda comparable al… español.



En Países Bajos, Wilders ganó las elecciones, entre otras cosas, vinculando vivienda e inmigración; su gobierno colapsó en meses sin haber logrado, realmente, nada. En fin: que todo esto solo cambia a quién señalas pero no cuántas casas, o plazas de educación 0-3, o metros en circulación, hay disponibles.

La otra dice: repartamos. Controlemos precios. Demos bonos. Regulemos quién accede primero a lo poco que hay. Es la izquierda de la escasez.





Suena a justicia, pero no crea nada: solo ordena la cola, no agranda lo que hay al final. En Berlín probaron el Mietendeckel: la oferta cayó cinco veces más que los precios. En Estocolmo llevan el control de alquileres desde la Segunda Guerra Mundial; la cola de espera media es de nueve años, y en el centro de la ciudad, de veinte. Asume que la escasez es el punto de partida… y la convierte en el de llegada.

👁️ Ojo. Si la respuesta de izquierdas a esta comparación es “¡pero no son equivalentes!” — pues ok, por supuesto que entiendo y comparto la diferencia moral. Pero si solo responden eso, si se quedan en la suma cero, están fertilizando el terreno del otro lado. Cada piso que desaparece del mercado por el control de alquileres es un voto más fácil para quien dice “es que vienen demasiados”. Cada cola de espera que se alarga es un argumento más para quien promete cerrar fronteras. La izquierda de la escasez no solo no resuelve: crea condiciones para que florezca el electorado descontento de la derecha de la escasez.

Y, en esencia, ninguna de las dos desbloquea nada. Las dos gestionan el conflicto dentro de lo que existe. Y fijaos en que por ahora permiten que sobreviva el equilibrio de base: que los que ya tienen sigan teniendo porque ponen el objetivo en “los ricos” o en “los de fuera”. Pero ¿y si eso cambia? ¿Y si el objetivo pasan a ser ellos?

Esto es lo que necesitamos que entiendan los que ya tienen: el conflicto no se evita manteniendo las cosas como están. El pacto está roto y el conflicto ya está aquí. Lo único que estamos decidiendo es (1) quién es el objetivo y (2) si será un conflicto sobre cómo repartir la miseria o uno sobre cómo hacer que tengamos más.

[Llevamos nueve años, por cierto: los que tiene “El muro invisible”].

Adam Przeworski decía algo así como que para alcanzar las cumbres del crecimiento una sociedad tiene que transitar el valle de la reforma. Que la gente acepta sacrificios hoy si cree que hay algo esperando mañana. A los que tienen menos de 40 les llevan pidiendo que caminen por el valle quince años. Y solo han visto más valle. Así que ahora el valle lo van a tener que transitar también los que ya tienen. No porque sea justo (que lo es), sino porque es la única salida que no acaba mal para todo el mundo. Sin prosperidad compartida, la pelea por las migajas se agudiza. Puede ser contra el migrante. O contra el fondo buitre. O contra la élite. O… contra los boomers.

Sé que la mayoría de ellos quiere que a sus hijos les vaya bien. Sé que creen que sus hijos quieren contribuir, esforzarse, aportar. Que nadie de menos de 40 y pico pide que le regalen nada, ni quedarse con todo. Piden que les dejen intentarlo. Y tienen razón. Pero para que eso pase, algo tiene que cambiar. Los 30.000 euros que alguno le adelantó a su hijo para la entrada son su confesión de que el sistema no funciona. Pero siguió votando como si funcionara. Así que de alguna forma la aceptación ya está ahí, como semilla. La aceptación de que para las nuevas generaciones tiene que haber cómo, en qué y dónde usar las herramientas que les dieron.

Lo que falta no es voluntad ni esfuerzo. Es espacio de oportunidad.

Hay que construirlo.


[Este borrador lleva, de alguna manera, conmigo desde que me fui de España. Ahora lo finalizo desde un piso que por fin es mío. Sin reformar. De 1969. En un fantástico barrio madrileño de clase media fuera de la M30. Adquirido a los 39 años y medio. Con mucha suerte, con pareja, sin hijos ni cargas familiares, y después de una década fuera. Esta es la historia de éxito. Imagina las otras. Bueno: posiblemente no te hará falta, porque quizás una de ellas es la tuya.]

 

Quiero expresar te mi mas sincera felicitación por este valiente artículo que has escrito y que has compartido libremente con todos los lectores (que en tu caso deberías de tener a millones y mejor les iría a todos. Comparto totalmente tu visión y sobre ella tengo escrito. Yo ya he llegado a la última etapa de mi vida, estoy jubilado y puedo vivir junto con mi esposa de mi jubilación. Pertenezco a la generación de los Baby Boomers, una generación que no se va a repetir en cuanto a las condiciones en que transcurrió nuestra vida. Habitamos el zenit del bienestar en vida, algo que no será posible para mis hijos que están en mitad de los cuarenta, y cuya jubilación comenzará cuando cumplan 70 (¿?).
Hoy los mas listos del planeta no se gastan todo lo que ganan para disfrutar de una vida de ricos, estos guardan parte de su dinero porque saben que necesitarán de un buen peto para sobrevivir.
Hoy, los que se jubilan con una pensión media, pero en su vida laboral han podido adquirir un  piso, los 1.500 € de pensión les llega porque no tienen que pagar alquiler al tener vivienda en propiedad. Pero los que no se han comprado un piso y tienen que vivir con ese dinero, con un alquiler de 1000 € no les llega la pensión ni para comer todo el mes.
Lo jóvenes de hoy lo tienen mucho mas crudo, la gran mayoría no podrán adquirir una vivienda. Con los salarios de hoy sus cotizaciones son mínimas, por lo que su aportación será insuficiente para la sostenibilidad del sistema de pensiones. Su pensión se calculará además sobre lo aportado duante toda su vida laboral, lo que perjudica el cálculo de la base reguladora. El panorama es muy gris, y aún puede ser mas negro si el sistema quiebra y se viene abajo.
Entonces habrá en el mundo tres tipos de personas:
1. Los ricos que pueden vivir de sus rentas manteniendo un alto nivel de vida
2. los que han generado un ahorro suficiente para mantener un tren de vida aceptable durante al menos 20-30 años (De los 70 a los 90-100 años).
3. Los que tengan que subsistir de la RBU (Renta Básica Universal) que saldrá de los impuesto que el Estado pueda recaudar (Se habla de poner un impuesto a la productividad de los robots, por ejemplo).
Podríamos establecer una cuarta categoría que englobaría a los indigentes y a quienes no perciben ingreso alguno.
Yo vivo mi vejez dignamente gracias a mi pensión. Esta dignidad será una utopía en el futuro. Esto me preocupa enormemente por nis hijos y nietos, y porque es mi generación la que no ha sabido construir un futuro para las próximas generaciones.
Somos la generación que mejor ha vivido en la historia de la humanidad, pero como todo lo que alcanza el zenit, a partir de ahí todo se vendrá abajo a myor o menor velocidad. No es un defecto del sistema capitalista, porque el sistema comunista Chino adolece del mismo problema. Es la concentración por acaparamiento de riqueza la que ha construido este monstruo que todo se lo traga.
En fin Jorge, ya ves que estamos en la misma honda, y me guardo tu artículo para mostrárselo a quien quiera ahondar en la preocupación por su triste futuro.

Y créame quien este leyendo esto: no es una visión pesimista del futuro, es muy realista, aunque a usted no pueda perecérselo.

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