¿Nos está comprando el dinero de los países del Golfo Pérsico?

Luisondome

Sede Central de Telefónica en Madrid

Los fondos soberanos del CCG, y los asiáticos, se han convertido en factores cada vez más importantes en el desarrollo económico en los mercados emergentes


La compra del 9,9% de Telefónica, la multinacional española de telecomunicaciones,  por parte de STC Group, el principal operador saudí de telecomunicaciones, ha levantado una nueva polvareda política, al menos en España, ante la posibilidad de que los árabes se hagan con el control de una compañía que, para muchos, resulta «estratégica» para el conjunto de la economía española. 


Al margen del lógico ruido que ha desatado la compra, lo cierto es que tanto la alarma como la sorpresa que ha generado la irrupción de los árabes en el empresariado español no tiene razón de ser. En primer lugar, porque, a pesar de la magnitud de la operación, STC no tiene intención de adquirir una participación mayoritaria en Telefónica. En segundo término, porque se encuadra dentro de su estrategia de crecimiento, tras culminar diversas inversiones en el sector teleco, tanto en Arabia Saudí como en el extranjero, incluyendo compras en Bulgaria, Croacia y Eslovenia.


El de Telefónica no es un caso aislado, sino que forma parte de un ambicioso plan económico y geoestratégico diseñado por el régimen saudí, que junto con el resto de países del Golfo, flotan en oro negro. Así, Mubadala Investment Company, el fondo soberano de Abu Dhabi, es el principal accionista de Cepsa, mientras que Qatar, a través de su fondo soberano, posee más del 8% de Iberdrola, entre otras inversiones destacadas, como la aerolínea IAG, la inmobiliaria Colonial o El Corte Inglés, y solo mencionando empresas españolas.


La pregunta entonces sería: ¿qué buscan los árabes comprando Telefónica y otras grandes empresas occidentales? La respuesta es simple: diversificar sus inversiones para ganar mas dinero. Ni más ni menos. 


Diversificar sus inversiones, tanto a nivel geográfico como sectorial, les permite garantizarse una rentabilidad sostenible y duradera en el tiempo, al margen de su tradicional negocio de petróleo y gas.


No se trata de ninguna conspiración ni plan secreto para invadir Occidente y, de este modo, hacerse con el control del mundo. La realidad es mucho más burda. Lo que buscan los Estados árabes, bajo el férreo control que ejercen sus respectivas familias reales, únicas y verdaderas dueñas de los recursos naturales, es dinero. Su sistema político nada tiene que ver con las monarquías parlamentarias de Europa. Los estados del Golfo son propiedad privada de la realeza. Las familias gobernantes explotan y venden el petróleo y el gas que inunda el subsuelo del desierto y, posteriormente, a imagen y semejanza de un holding o sociedad patrimonial, reinvierten sus ingentes beneficios en todo tipo de proyectos, incluyendo la compra de activos en el extranjero, como ahora sucede con Telefónica, a través de sus numerosos fondos soberanos.


Se calcula que los activos de los fondos soberanos de inversión de los cuatro países más importantes del CCG (Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudí, Kuwait y Qatar) superaban los 1,5 billones de dólares antes del inicio de la crisis en agosto de 2008; de ellos, 875.000 millones correspondían a los fondos soberanos de Emiratos Árabes Unidos, 300.000 millones a los de Arabia Saudí, 250.000 millones a los de Kuwait y 40.000 millones a los de Qatar. Estos cálculos sobre los activos se refieren sólo a los fondos soberanos y no incluyen las inversiones de particulares e instituciones privadas. Si se añaden estas últimas, un cálculo razonable situaría su valor por encima de los tres billones de dólares.


La crisis de 2008 supuso un enorme golpe para los países del Golfo, y los cálculos iniciales de las pérdidas sufridas por los países del golfo Pérsico durante los primeros meses de la crisis varían. El 19 de enero de 2009, Mohamed al Sabá, ministro de Asuntos Exteriores de Kuwait, estimaba que los países del CCG habían perdido, en menos de cuatro meses de crisis, más de 2,5 billones de dólares.


En estas pérdidas se incluyen unos 600.000 millones correspondientes al valor de los activos de los fondos soberanos (lo que equivale a dos años de ingresos brutos medios de la región procedentes del petróleo); una cantidad equivalente en inversiones privadas en el extranjero; se perdieron 200.000 millones de dólares en ingresos por el petróleo a medida que su precio caía desde un máximo de 147 dólares el barril hasta menos de 35; el resto del dinero perdido se reparte entre los mercados bursátiles internos (por ejemplo, las acciones saudíes perdieron el 60% de su valor en menos de tres meses), la reducción de los ingresos por turismo (en particular Dubai), rentas, dividendos y nuevas contribuciones a las instituciones internacionales (por ejemplo, el Fondo Monetario Internacional) para ayudar a varios países a hacer frente a la crisis y a la caída del crecimiento.


La capacidad de absorción interna no es un valor exógeno e inmutable. Puede ampliarse con sensatez y mediante inversiones coordinadas dentro de un contexto geográfico más amplio (por ejemplo, dentro del CCG en su conjunto más que en cada país por separado, o incluso en la región árabe o en otros países islámicos y hasta en otros países del tercer mundo). Por todo ello, si invertir en activos y mercados extranjeros es necesario porque la capacidad de absorción interna ya está agotada, y se parte de la base de que la diversificación es una buena estrategia de inversión, entonces hay muchas vías para ampliar esta perspectiva de diversificación a través de distintos países, monedas y activos.


Parece claro que la magnitud de las pérdidas de 2008 fue, desde cualquier punto de vista, demasiado grande en comparación con lo que podrían haber generado unas cuantas carteras de inversión alternativas., y or otra parte la naturaleza de los derechos de propiedad y el sistema de gobierno en la región del Golfo han protegido y siguen protegiendo estas inversiones del escrutinio y de la obligación de rendir cuentas, como sucedería en países con regímenes democráticos con leyes e instituciones que velarían por la transparencia en la gestión.


La naturaleza de la riqueza de estos países del Golfo, no es renovable. Llegará un día en que el recurso de agote, o deje de ser rentable. Ante esta perspectiva, los gobiernos deberán de asegurarse de que esta “riqueza” obliga que se deba tener aún más cuidado a la hora de hacer las mejores inversiones que generen fuentes de ingresos renovables que reemplacen la riqueza física del petróleo que ya no está.


La Monarquía Saudí lo vio claro, y desarrolló un programa al que llamó Visión de Arabia Saudita para 2030, a través del cual pretende llevar al país hacia un nuevo horizonte asegurándose que que el país dispondrá de los suficientes ingresos para continuar desarrollándose y garantizar el futuro de sus ciudadanos convirtiéndose en una potencia de inversión global, y transformando la ubicación estratégica única del país en un centro global que conecte tres continentes: Asia, Europa y África, dada su posición geográfica entre vías navegables globales, clave para que el Reino de Arabia Saudita sea un epicentro del comercio y la puerta de entrada al mundo.


En ello están, y con la mirada puesta en este horizonte se están moviendo. La entrada en Telefónica es un pasito mas en este camino, y no hay que tener temor por ello. Su posición es la misma que podría tener el Fondo Soberano de Noruega si hubiera sido el que cometiera la inversión.



Fuentes: Vision 2030IEMedThe Objetive

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